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Economía
Carlos Castañeda, el hombre debajo del traje de Juan Valdez
El ícono de la cultura cafetera colombiana en el mundo fue recibido como una estrella por los habitantes de Arboledas.
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Jorge Andrés Ríos Tangua
Sábado, 24 de Junio de 2017

Los superhéroes en la vida real si existen y como en los cómics,  tienen doble identidad, usan disfraz y buscan mantener a sus familias alejadas de los personajes que los hacen famosos.

Carlos Castañeda no tiene la fuerza de Superman, la rapidez de Flash, las garras de Wolverine ni las pastillas de chiquitolina del Chapulín Colorado; pero a diferencia de todos ellos,  le encantan las cámaras y su fuerza proviene de la gente, especialmente de los suyos: los cafeteros. 

A Castañeda seguramente lo han visto en televisión, revistas y hasta se han tomado un café junto a su foto. Para esconder su verdadera identidad,  siempre lleva un sombrero aguadeño, un carriel, unas alpargatas y un bigote que hace parte de su imagen y de su vida, porque nunca se lo ha tocado. 

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Cada vez que viaja, al salir de su casa, se pone el traje y se convierte en Juan Valdez, atrás deja su familia: tres hijos y una esposa, con la que lleva 28 años de casado y a quien antes de salir le dice: “no sé cuándo vuelvo”.

Castañeda, que el pasado miércoles, 21 de junio, cumplió once años llevando el peso de representar a la cultura cafetera colombiana en el mundo y que, durante ese tiempo ha recorrido 30 países, llegó a Arboledas, un pequeño y acogedor pueblo incrustado entre las montañas en Norte de Santander, en donde fue recibido como toda una estrella.

La banda juvenil con las notas de ‘Mi Pueblito’ –el himno de los arboledanos-, el pequeño Maicol Samuel de dos años y medio disfrazado con bigote y sobrero, junto a un centenar de personas, lo esperaron en la entrada del pueblo para saludarlo y tomarse una foto con él.

“Es la visita más importante que hemos recibido”, dijo uno de ellos, mejor dicho, de los suyos, porque Juan Valdez, en la vida real, es un caficultor de ‘pura cepa’, de esos que crecieron entre los cafetales, que solo estudiaron hasta  primaria y que aparte del español, solo maneja ‘el idioma de las señas’, con el que hasta ahora le ha ido bastante bien por el mundo.

“Es muy churro, más de lo que esperaba”, se sonroja doña Sofía Villamizar, una de las tantas mujeres que cumplieron el sueño de fotografiarse con Juan, como lo llama la gente. Aplicando esa política de nunca decir no y con la paciencia que lo ha caracterizado desde que era líder comunal en su vereda en Antioquia, él siempre sonríe, sobre todo cuando recibe el halago de las mujeres, a quienes -como siempre- les ofrece un café en agradecimiento, del bueno, el colombiano.

En su periplo por Europa, Asia y Oceanía, Carlos, es decir, Juan, siempre lleva en alto y con orgullo el nombre del país y de los cafeteros, el cansancio lo deja en las habitaciones de los hoteles y el corazón se le arruga solo en algunas ocasiones y fechas especiales, como los cumpleaños que no puede pasar junto a sus seres queridos. Eso sí, las fiestas navideñas siempre la pasa con los suyos.

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Después de viajar tanto, siempre con una maleta de mano en donde lleva un traje de Juan Valdez, por si de pronto la maleta no llega, algo que ya le pasó en una ocasión cuando viajó a Alemania- está convencido que el de Colombia es el mejor café del mundo y que la mejor agua de panela es la de casa.

Hablando de casa, la suya no está en la ciudad. Durante algunos años, después de asumir esta, la que considera es la mejor experiencia de su vida, Castañeda dejó su hogar en el campo y se fue con su familia a un conjunto cerrado a la ciudad, pero no pudo resistir y se regresó “porque lo mío es el campo, el olor de la tierra, eso lo tengo que estar sintiendo”.

A sus 50 años, es el tercer Juan Valdez de la historia del café colombiano y su labor es reconocida por todos, los grandes, que ya llevan toda una vida sembrando el grano y los jóvenes que hasta ahora están empezando.

Diego Ortega, de 18 años de edad, no podía ocultar su emoción después de tomarse la foto con Juan Valdez, un acto que consideró como todo un honor, mientras que Germán Mójica, a sus 52 años, nunca imaginó ver en persona al hombre con el que se siente representado y mucho menos estrecharle la mano.

Al final de la jornada en Arboledas, que duró unas cuatro horas, en donde todos los que quisieron se dieron su momento de fama con esta estrella del mundo, Valdez regresó a Cúcuta, no sin antes aprovechar para conocer Salazar de las Palmas, por donde cuenta la historia ingresó el café a Colombia.

Ya en la capital nortesantandereana, emprendió de nuevo su camino como un trotamundos del café, tal vez vuelva, tal vez no, es difícil, reconocen los líderes del gremio en el departamento.  Para llegar a Norte de Santander puso un alto en su agenda europea, que hasta hace unos días lo tenía en Hungría y que hoy, seguramente, lo tiene de nuevo preparando las maletas a un nuevo destino, para hacer lo que más le gusta, hablar bien del café colombiano y representar con orgullo a sus colegas, los cafeteros.

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