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Buenos vecinos
Venezuela es un país reducido por el socialismo autoritario que aparentemente puede comenzar una lenta recuperación.
Viernes, 3 de Septiembre de 2021

La prensa global abrió el pasado 24 de agosto haciéndole eco a un titular del Washington Post: El director de la CIA William Burns tuvo una reunión secreta con el líder Talibán Abdul Ghani Baradar. Los detalles de dicho encuentro no se conocen y, al menos al momento de escribir esta columna, se especula mucho acerca de qué temas se trataron. Así es. Uno de los altos cargos más influyentes de los Estados Unidos viajó a Kabul para reunirse con una de las cabezas visibles del grupo terrorista que 20 años atrás estrelló un avión lleno de pasajeros contra las Torres Gemelas.

Creo que podemos interpretar este evento como una invitación a reflexionar acerca de nuestra política exterior. Particularmente, sobre las relaciones que -no- tenemos con Venezuela. Es que si Burns y Ghani se sentaron a conversar para llegar a un acuerdo sobre sabrá Dios qué cosas, no es impensable pedirle al próximo gobierno de Colombia que entable un diálogo con la dictadura de Venezuela para definir, por lo menos, los términos de apertura de la frontera y permitir así que se reactive el tan necesario comercio entre ambos países. 

Y es que después de 8 años de una continua contracción en la producción de bienes y servicios que llevó a que el tamaño de la economía venezolana sea, hoy por hoy, menos de una quinta parte de lo que llegó a ser en 2012, para el próximo año se prevé una leve recuperación. Las últimas reformas hechas por la dictadura Madurista parecen apuntarle a una ortodoxia económica, muy lejana al socialismo planificador que llevó al país a la ruina. Medidas como la eliminación de controles de precios y de restricciones cambiarias, y la reducción de subsidios a bienes básicos como la gasolina, en conjunto con límites a la impresión de dinero y a los préstamos por parte del BCV han contribuido a que la inflación comience a dar tregua, pasando de más del 340.000% año corrido en 2019 a alrededor del 2.200% en el pasado mes de Julio. Esto probablemente se deba, en parte, a la dolarización de facto de la economía: Hasta en el barrio más pobre de Caracas casi todo se tranza en dólares.

Por otra parte, a pesar de continuar con una explotación aún muy por debajo de sus niveles históricos y sorteando todas las consecuencias del bloqueo interpuesto por la pasada administración de Trump, el alza reciente en los precios del petróleo parece haber motivado su extracción que al pasado Julio llegó a más de los 700.000 barriles/día, (doblando el mínimo histórico alcanzado luego del bloqueo) y, por tanto, han aumentado los ingresos del país, lo que se traduce en una reducción del déficit fiscal y una mayor demanda interna, jalonando las importaciones de comida y materias primas que, de acuerdo con Bloomberg, crecieron cerca del 30% para el año pasado y registraron una reversión en la participación del sector público que importó solo el 8% del total frente a un 75% observado en el 2019.

Venezuela es un país reducido por el socialismo autoritario que aparentemente puede comenzar una lenta recuperación. Es cierto que su economía no está ni cerca de ser lo que alguna vez fue, así como su explotación petrolífera, y sus importaciones de commodities. Asimismo, también es cierto que su moneda es funcionalmente inservible y que, hoy por hoy, el país no es viable como destino de inversiones. Sin embargo, parece que algo interesante está comenzando a pasar en Venezuela. Necesitamos una frontera abierta que nos permita a los colombianos sacarle provecho a ese crecimiento aunque sea marginal y ser, por ejemplo, los buenos vecinos que suplan unos cuantos cientos de miles de toneladas de esa creciente demanda de materias primas y comida. A fin de cuentas, en comercio internacional como en muchas otras cosas positivas en la vida, algo es mejor que nada.

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