Recordar con cariño las épocas juveniles es de naturaleza humana y más aun cuando estas se ven ya perdidas en el horizonte de la vida, pero son evocadas con sentimiento de nostalgia y hacen aparecer en nuestro sentir las vivencias que nos enriquecieron en la primera etapa de la juventud que es vivida en los años de la secundaria del colegio.
Hay que aclarar que en esos años el colegio era solo para bachillerato masculino y de primero de bachillerato a sexto, faltaban muchos años para que la política educativa los convirtiera de dos jornadas, mixto y los grados de secundaria ahora son llamados de sexto a once grado.
El camino hacia el colegio, que se hacía a pie, hasta llegar al enrejado que daba entrada a la Quinta Teresa fue cruzado por todos los bachilleres de esa época y anteriores, entrando a esta casona todos los días a primera hora para asistir a la misa que por ese entonces en latín era seguida por todo el colegio, con el Misal Antoñana, respondiendo todas las oraciones que el sacerdote hacia desde el comienzo de la misma, entonando canticos de alabanzas y concluyendo con la bendición, cuando después de ella nos aprestábamos a salir en fila hacia los salones.
Era entonces el colegio regido, como hoy, por los Hermanos de la Salle, quienes con su sotana negra y el babero blanco partido, imponían la disciplina y el orden riguroso al sonido de la campana; formados en el patio donde estaban las canchas de básquet, la piscina de forma ovalada y las barras metálicas, donde realizábamos los ejercicios físicos. Ingresábamos a los diferentes salones de construcción antigua caracterizados por techos altos; al frente tableros dobles y entre ellos, la tarima del profesor con su escritorio, delante del cual se acomodaban los pupitres de los alumnos, quienes al principio del año los habíamos traído acompañados de un taburete.
En silencio se iniciaban las clases con atención y respeto hacia el profesor.
Siempre en el patio dando vueltas estaba el hermano prefecto, atento a quien estuviera afuera de clase, imponiendo sanción si encontraba a algún alumno que por cualquier motivo hubiese sido sacado de la misma.
Entre clase y clase un descanso de cinco minutos y así sucesivamente hasta el recreo de media mañana que era de media hora, donde se practicaba el deporte favorito del colegio, el básquet, siendo en esa época sobresaliente en esa disciplina deportiva en la ciudad y también en el ámbito nacional, pues muchos de sus alumnos eran de la Selección Norte juvenil que en ese entonces fue campeón nacional. Concluida la jornada de la mañana, regresábamos a las dos de la tarde hasta las cinco para continuar con las clases; la urbanidad, el civismo, la ortografía y los centros culturales eran exigidos en el pensum; clases de historia patria y universal al igual que la geografía, las ciencias biológicas, matemáticas e idiomas, copaban nuestro horario de estudios.
Como no recordar los primeros viernes con su solemne misa y entrega de calificaciones en esta casona, la mesa al frente de todo el colegio donde se sentaba el rector y los titulares y curso por curso de primero a sexto pasábamos, al escuchar nuestro nombre para recibir las notas y el número del puesto otorgado durante ese mes, haciendo en esta entrega referencia a las materias perdidas y al número de ellas.
Los sábados, horarios de deportes y la elevación de bandera con palabras de algún alumno sobre la patria y su gesta independentista.
De esta forma nos conocimos, compañeros. Se gestaron las amistades de esa juventud primera en este recinto con historia educativa de muchos años cuyos recuerdos de generaciones anteriores estaban en fotos de mosaicos de bachilleres que tapizaban las paredes de la casona.
Como no evocar también aquellos desfiles marciales con la banda llamada “DE GUERRA” con sus cascos y penachos imponiendo el paso en las fiestas nacionales y recorriendo con orgullo las calles de la ciudad.
En fin, las querencias hacia este colegio que nos formó para la vida, siempre son recordadas con gratitud de quienes ya entrando en la edad senil, volteamos para mirar que hace 50 años dejamos como bachilleres esas vivencias que hoy aquí recuerdo y donde en nuestro pensamiento viven profesores y amigos, compañeros ya hoy de cabello cano y en época de pensión.
Evocamos con nostalgia a los que ya han partido y nos disponemos a seguir el camino de la vida, dando gracias a la Divina Providencia por todo lo vivido y por la suerte que tuvimos de ser educados en esta Institución Educativa, que fue nuestro primer soporte para defendernos en esta vida y cada cual lo hizo a su manera.
Humberto Darío Galvis García
Bachiller Colegio Sagrado Corazón de Jesús 1967.