Geraldine Guasapud está despierta desde las 3:00 de la mañana, su bebé requería de alimento y tuvo que levantarse, a ciegas, a prepararle el tetero. Evitando pisar a los que dormían allí en el suelo, logró llegar a la cocina. “Tuve que llevarme el teléfono para alumbrar porque a la dueña de la casa no le gusta que encendamos las luces temprano”, dijo la joven de 20 años, oriunda de Valencia, Venezuela.
Geraldine vive en una casa que comparte con otras 12 personas en uno de los barrios que componen el sector La Parada, en Villa del Rosario.
“A las cinco de la mañana nos avisa (dueña) que debemos levantarnos. Cada quien se acomoda como puede, pocos logran bañarse porque solo hay una ducha y a las seis debemos estar todos afuera”, dice ella.
La señora que administra el lugar obliga a las personas a salir de la pieza pasadas 10 horas de estadía. “No podemos entrar sino después de las 8:00 de la noche a la casa, aunque no es una casa como tal, es más bien un depósito que transformaron”, dijo Geraldine, quien es madre cabeza de hogar y vende dulces en un puesto ambulante.
Ella ubica sus productos en una mesa, rogando a Dios que no llueva y pasa, con su bebé, de techo en techo para cubrirse del inclemente sol y un tapabocas para protegerse de la pandemia.
Geraldine sigue soñando despierta con vivir en una casa grande junto a su familia y poder trabajar con tranquilidad. “Es mi deseo, poder brindarle un techo propio a mi hija acá en Colombia, ojalá que no pase mucho tiempo para lograrlo. Por ahora, bueno, seguimos ‘camellando’ duro para poder dormir más tranquila, eso es importante”, puntualizó.
Uno sobre otro
La Parada es uno de los principales centros de acogida de migrantes venezolanos en Norte de Santander. Muchos llegan buscando una oportunidad para trabajar. Desde el inicio de la crisis migratoria en 2015, la demografía del barrio se vio alterada por completo.
El aumento de la población se tradujo en improvisación urbana, sin planificación, cientos de casas han sido transformadas para albergar migrantes en espacios reducidos con poca comodidad y acceso a servicios públicos.
En un espacio pequeño de 25 ó 20 metros se acomodan hasta 30 ó 40 personas. Algunas pagan por su espacio desde dos mil pesos en adelante. El precio varía: dos mil si duermen en el piso. En colchoneta cuesta cuatro mil pesos. El espacio por una cama asciende a 10 mil pesos diarios.
“Yo pago cuatro mil porque traje la cama. Apenas tengo derecho al baño y si quiero cocinar, tengo que darle algo aparte a la dueña”, agregó Geraldine.
Ninguno de los fugaces inquilinos tiene privacidad, no hay alguna cortina que separe los espacios. En algunos de estos sitios colocan sacos para dividir.