A ningún cucuteño le puede quedar duda alguna de que cuando se quiere se puede. El aeropuerto Camilo Daza es la prueba: hace cuatro años, cuando muchas circunstancias hacían prever que nos quedaríamos tranquilos con cualquier cosa que se hiciera allí, decidimos que no sería así, que merecíamos un terminal aéreo digno de la puerta de entrada a Colombia por el oriente.
Y el deseo de unirnos en el rechazo, dio resultado. Se pudo. Obras por 26.000 millones de pesos, con las que apenas se remodelaron aspectos superficiales, y con las cuales pretendían satisfacer la necesidad aeroportuaria de Cúcuta, quedaron en el rechazo absoluto, en una acción en la que tuvieron parte activa los gremios locales de la producción.
El día de la inauguración de las obras, la capacidad del aeropuerto ya había sido superada por la realidad: entregarían un terminal aéreo insuficiente, obsoleto y con necesidades parecidas a las que plantearon la remodelación, sin comodidades de ninguna clase —ni siquiera aire acondicionado—, sin espacios para la zona comercial y para cafeterías... En fin, un esperpento digno de un pueblo perdido.
La Cámara de Comercio de Cúcuta ordenó un estudio que determinó que el alcance de las obras debería ser modificado de inmediato, pues la ciudad exigía, de una vez por todas, disponer de un terminal de transporte aéreo que, sin dilaciones, la incluyera en el mundo contemporáneo.
El entonces presidente ejecutivo de la Cámara de Comercio local, José Miguel González, insistió ante el Gobierno Nacional y la firma concesionaria Aeropuertos del Oriente, para que dichos arreglos se hicieran antes de la entrega oficial. Pero, de paso, el estudio reveló que la capacidad de tránsito del Camilo Daza quedaría copada en 2017, pues las proyecciones de movimiento de pasajeros que se hicieron para las obras se estructuraron con estadísticas de los años 2004 a 2008, sin incluir datos entre 2009 y 2013.
Y, así, ¿para qué un aeropuerto que en el momento de inaugurarlo ya no era solución sino problema?
Pretendía así la Cámara de Comercio que el centralismo mirara con otros ojos a Cúcuta, a la que por años y años se le han negado las soluciones adecuadas para sus múltiples y graves problemas.
Hace pocos días, el nuevo Camilo Daza fue entregado, por fin, a la ciudad. Y aunque no es la obra monumental que debería tener Colombia en esta región, por lo menos satisface las necesidades planteadas hace cuatro años.
Ahora ya se dispone de un aeropuerto climatizado, con dos pistas adecuadas, con instalaciones cómodas para los viajeros y sus acompañantes, y con mecanismos idóneos para embarque y desembarque de viajeros.
Para algunos, el nuevo aeropuerto quedará pequeño en breve, y habrá que buscar la manera de reemplazarlo en otro lugar. Pero lo que representa la obra, más allá de las soluciones técnicas, es la unión de los cucuteños para apersonarse de su futuro y de hacerse sentir ante el Gobierno central.
El Camilo Daza debe ser tenido como ejemplo de que cuando algo se quiere, se logra, y con mayor razón si se trabaja en unidad por la región.