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En juego largo hay desquite
Anverso y reverso
Martes, 12 de Julio de 2022

-¿Listo pal domingo? –me dijo un amigo el jueves de la semana pasada.

-¿Qué hay el domingo? –le pregunté, sabiendo que ya habían pasado la elección presidencial, la intentona de revocatoria del alcalde y el desfile de los gays.

-Lo más importante que le puede pasar a Cúcuta –me dijo.

-¿La apertura fronteriza?

-No se haga el toche –me regañó-. Hablo del partido del Cúcuta.

   Es cierto. Ni las trifulcas  de la Primera Línea que organizó el petrismo contra Duque, ni las manifestaciones de los vendedores ambulantes pidiendo que los dejen trabajar y que no les jodan la vida, ni los entierros de algún motorizado movilizan tanta gente como la que mueve el equipo rojinegro cuando juega en el General Santander.

Pero en este caso –este domingo- la motivación era mayor. Nuestro glorioso equipo motilón volvía a la cancha, después de estar por fuera del torneo más de dos  años, que se nos hicieron una eternidad.

Que nos cierren la frontera, que el puente sobre el río Zulia amenace con caerse, que el derrumbe en el Alto de los Compadres no deje pasar a nadie, que la guerrilla se alborote y bloquee las carreteras, cualquier desgracia es llevadera, pero no que el Cúcuta Deportivo deje de jugar en la Liga del fútbol colombiano.

Cuando dijeron que el Cúcuta no iba más, el mundo se nos patrasió. Los negocios quebraron. El dólar bajó y el bolívar dejó de existir. La alegría se esfumó. La tradicional mamadera de gallo cucuteña se volvió estéril y no hacía reír a nadie. El Pamplonita se secó, y los recibos de agua y luz llegaron más caros. Todas las desgracias se nos juntaron cuando el Cúcuta quedó por fuera del rentado.

Pero no hay mal que dure cien años como dijo Maturana,  o Salomón, o no recuerdo quién. Pero alguien lo dijo. Ya caigo: Maturana dijo fue algo así como que “Perder es ganar un poco”, y Salomón hizo famoso aquello de “A otro perro con ese hueso”. En todo caso esa es la idea, al estilo Chapulín.

 Dios, que es tan bueno, y su papá San José, patrono de la ciudad, nos hicieron el milagrito, y así pudimos volver a tener fútbol oficial, el pasado domingo.

Yo no pude ir al estadio –y así se lo hice saber a mi amigo, el que me llamó- porque estoy un poco afónico y no puedo gritar, y al estadio van dos clases de personas: los jugadores a jugar, y los espectadores a gritar. Además, estoy en abstención etílica, y entonces, ¿Cómo celebrar el triunfo o llorar la derrota, sin cerveza? Por si fuera poco, debo sacarle el quite a la lluvia, y estas tardes han caído unas lloviznas repelentes que empapan sin remedio.

No fui, pero me enteré que no le cabía un alma más al estadio. Era de esperarse. Desde temprano, vi grupos de gente rumbo al partido. Se les veía el entusiasmo y la pasión en el caminado, en la manera de hablar a los gritos y por su atuendo rojinegro.

No ganó el equipo, pero eso no importa. No íbamos tras el triunfo, sino a celebrar el regreso del Cúcuta a las canchas oficiales colombianas. Si ganábamos, excelente. Pero si no, el motivo de celebración era igual. Somos la hinchada más fiel del fútbol del país, dicen los que saben de números y estadísticas. Y los hinchas fieles acompañan a sus equipos en las buenas y en las malas. En juego largo hay desquite, decíamos los jugadores de trompo. Lo mismo pasa en el fútbol.  

gusgomar@hotmail.com

 

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