Hamás preparó con frialdad durante varios meses los actos terroristas y graves crímenes que cometió contra personas inocentes, sorprendidas y asesinadas de manera cobarde y salvaje cuando participaban en una fiesta popular, y a muchas otras las tomó como rehenes. Ante ello, era perfectamente natural que el Estado de Israel se defendiera y respondiera a la agresión con toda contundencia. Pero el blanco de la respuesta no ha debido estar constituido, de manera colectiva e indiscriminada, por los habitantes de la Franja de Gaza, integrantes de la población civil. No lo vio así Benjamín Netanyahu -primer ministro israelí- quien adoptó una posición extrema, confundiendo la reacción con la venganza. No la emprendió contra Hamás sino contra todos los palestinos y contra quienes vivieran en Gaza, fueran quienes fueran, como si todos ellos hubiesen sido los responsables del ataque terrorista.
Como lo ha presenciado el mundo entero, desde el 7 de octubre y de manera ininterrumpida, las tropas israelíes han desplegado una violencia feroz sobre la población civil, sembrando el terror y la muerte a lo largo y ancho del aludido territorio.
Como lo han reportado infinidad de informes periodísticos, se cuentan por miles los heridos y los muertos, sin que a sus verdugos les haya importado si eran residentes o visitantes en la zona, palestinos o extranjeros, y sin excluir a los menores, a los enfermos, a las mujeres ni a las personas de la tercera edad. A las bombas, los misiles y los cañones se ha añadido el bloqueo; las personas ubicadas en la Franja han sido encerradas y se ha imposibilitado su salida e impedido la apertura de un corredor humanitario. Se han cerrado los conductos y medios que hacen posible la llegada de energía, agua, alimentos, medicamentos, equipos médicos e internet. Se los ha privado de todo lo necesario para su supervivencia. Eso significa torturar y condenar a muerte a miles de personas, en flagrante vulneración de los postulados básicos del Derecho Internacional Humanitario. Han sido asesinados médicos y enfermeras, trabajadores, funcionarios de organizaciones humanitarias y periodistas.
Lo más doloroso, para quien tenga un mínimo sentido de humanidad, ha sido ver el sufrimiento y la angustia de cientos de niños -inocentes por definición-, víctimas de los indiscriminados ataques. Muchos han muerto por causa de las explosiones o las balas, o han perecido bajo las ruinas de sus viviendas. No pocos han fallecido en condiciones deprimentes en los atestados centros de salud, y los que se han salvado, han visto desaparecer a sus padres y familiares, quedando en el más absoluto desamparo.
Contra las principales reglas del Derecho Internacional Humanitario y contra los Tratados y Declaraciones de Derechos Humanos, se han cometido crímenes de lesa humanidad y de guerra, y nada ha hecho la comunidad internacional para que cese la masacre.
Lejos de enviar más armas a Israel -como lo hizo Estados Unidos-, la ONU y los países occidentales deben buscar la inmediata y total liberación de los rehenes en poder de Hamás, el cese al fuego, la llegada de ayudas humanitarias -con alimentos, medicamentos, equipos de salud-, el levantamiento del bloqueo a Gaza y el respeto a la población civil. Sin tantos discursos, ni palabras vacías e inútiles.