Digámoslo con claridad: lo que ocurre, desde el 7 de octubre, en Israel y la Franja de Gaza es de un horror inconcebible. Tanto la organización terrorista Hamás como el Estado de Israel han venido cometiendo graves crímenes contra la humanidad, abiertamente violatorios de los principios del Derecho Internacional Humanitario, concebido precisamente para impedir que, en el curso de un conflicto bélico, tengan lugar conductas tan atroces e inhumanas como las que a diario vemos, gracias a la tecnología y a la moderna comunicación.
Contra lo que se ha venido sosteniendo, en especial por gobiernos y comentaristas, el asunto central en la materia no consiste en asumir una posición política o religiosa. No se trata de identificarse con Hamás o con Israel, digan lo que digan y hagan lo que hagan, para quedar bien con una u otra tendencia. Tampoco de justificar políticas, decisiones o actos claramente delictivos, con base en la propia posición ideológica. No. El problema es mucho más profundo y delicado. Estamos hablando de la vida, la dignidad, la integridad, los derechos, las garantías, las familias de miles de personas pertenecientes a la población civil, ajenas al conflicto y a sus causas, que están siendo asesinadas o torturadas sin clemencia, solamente porque quienes toman las decisiones -en un lado u otro- así lo decidieron.
Las víctimas no son fichas de un ajedrez, cuya suerte se decide por estrategia. Son hombres, mujeres, niños, enfermos, ancianos, seres humanos, que están padeciendo -con injusto rigor y violencia y en la más absoluta indefensión- los dolorosos efectos de un conflicto de muchos años, respecto al cual nada han hecho y nada pueden hacer.
Quienes están pagando las consecuencias de decisiones políticas -antiguas y recientes- son titulares de derechos esenciales, inalienables, y eso lo están olvidando los dirigentes y los gobernantes de los países más poderosos de la tierra.
Ante la razón, ante la Justicia -con mayúscula-, ante el Derecho Internacional Humanitario, ante los compromisos contraídos en pactos y declaraciones multilaterales sobre Derechos Humanos, lo que se esperaría de los Estados que integran la comunidad internacional, no sería la complicidad ni el aplauso, sino la más enérgica condena de todas las atrocidades que se están cometiendo -de parte y parte-, en vez de enviar más armas para que la barbarie continúe.
Nada justifica lo que está sucediendo ante los ojos de todo el mundo, sin que los líderes mundiales reaccionen. Es lo que les están exigiendo los gobernados en las multitudinarias manifestaciones pacíficas que se están llevando a cabo, de día y de noche, en muchas ciudades y países. Que cese la complicidad. Que sirvan de algo las organizaciones internacionales, los Tratados y las Declaraciones.
Lo ha expresado con sapiencia el Papa Francisco: “Estoy muy afligido por lo que está sucediendo en Israel y en Palestina. Muestro mi cercanía y renuevo mi llamamiento para que se abran espacios de ayuda humanitaria y liberación de los rehenes. No debemos acostumbrarnos a la guerra, a ninguna guerra. No debemos permitir que nuestro corazón y nuestra mente se queden como anestesiados ante la repetición de estos gravísimos horrores contra la humanidad”. ¿Lo escucharán?
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