Hay fechas emblemáticas que marcan como en este caso lo es el 10 de enero de 2025, en Venezuela, que se parece mucho al mismo mes de 2019 cuando surgió el interinato de Juan Guaidó y a febrero de ese año con el concierto y el intento de pasar ayuda humanitaria desde la frontera colombiana.
Edmundo González, reconocido interna y externamente como triunfador de las elecciones presidenciales, debe ser rodeado para que asuma la Presidencia de la República en el vecino país.
Lo que viene es todo un desafío para la democracia latinoamericana y una alerta migratoria porque podría desatarse una nueva crisis de masiva movilidad de refugiados.
En el primer aspecto, atornillarse en el poder mediante el desconocimiento de la voluntad popular, la violación de los derechos humanos y la actuación dictatorial de poner bajo control a la rama judicial, legislativa y electoral es una muestra clara del rompimiento del hilo democrático.
De suceder ese escenario, que significaría otros seis años en el Palacio de Miraflores del régimen chavista encarnado en Nicolás Maduro, significará una nueva salida masiva de venezolanos, estimada en por lo menos cuatro de cada diez venezolanos que siguen viviendo en esa nación.
Para hacernos una idea, leamos una notificación expresada por Fernando Dos Reis, consultor político de la Fundación Konrad Adenauer, sobre uno de los impactos que desatará la perpetuación de Maduro.
“Hay que esperar qué ocurre el 10 de enero, porque si se concreta la investidura de Nicolás Maduro, es muy probable que esta cifra del 40 por ciento se eleve incluso más. A las personas se les ha preguntado cuáles son sus perspectivas de tiempo en cuanto a la migración y muchos han dicho que estaría entre 1 y 3 meses y entre 3 y 6 meses, la gran mayoría. Es por eso por lo que el próximo año esa ola migratoria puede aumentar y el país que va a recibir la mayor presión migratoria es Colombia”.
Siendo Venezuela el problema más grave de la región nadie se explica por qué el gobierno del presidente Gustavo Petro se hizo del lado del chavismo para darle la espalda al pueblo venezolano al decidir autorizar una delegación para acompañar la posesión de Maduro.
Y como eso sería darle legitimidad a la dictadura y ante la oleada de críticas, la Cancillería ahora dice que enviar delegados no es ‘bendecir’ el cuestionado triunfo del madurismo, aunque desde su punto de vista personal el canciller Gilberto Murillo preferiría que no fuera nadie. Leyendo lo sucedido, se nota a leguas el fenómeno venezolano se volvió en algo parecido a una papa caliente para nuestra política exterior.
Y al seguir notando los efectos que acarrea la expectativa del 10 de enero, la líder opositora María Corina Machado llamó a los soldados y policías venezolanos para decirles que ha llegado la hora de la definición y que llegó la hora de derribar el último obstáculo que separan a ese país de la libertad y de ponerle fin a 25 años de régimen dictatorial durante el cual el país se empobreció, su industria petrolera quedó gravemente fracturada y su economía sufrió un fuerte retroceso.
El paso inexorable del tiempo mostrará cómo se irá desenvolviendo esta última fase del juego de tronos con rumbo a la presidencia venezolana y sus efectos económicos, políticos y diplomáticos sobre la región.
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