Un jefe de Estado que divide, polariza, parece un influencer desorientado, un mero opinador y no un líder de Gobierno, es a los extremos -supremamente riesgosos- que está llegando el presidente Gustavo Petro, quien a toda hora y todos los días casa una pelea distinta.
Ahora su diatriba se dirigió hacia una funcionaria diplomática de Estados Unidos dentro del intrincado conflicto entre Israel y Palestina, quien señaló a Petro de antisemita.
Que la embajadora estadounidense Deborah Lipstadt, enviada especial para el Monitoreo y Combate del Antisemitismo, haya considerado dañina la retórica de Petro por normalizar el antisemitismo, demuestra el equivocado manejo que su gobierno le está dando a las relaciones internacionales.
Pasados dos años de estar en la Casa de Nariño todavía parece seguir sin entender que en sus manos tiene las riendas de un país de más de 50 millones de habitantes y que por tal motivo debe desempeñarse como un estadista.
Las que la señora Lipstadt llamó “narrativas dañinas” de Petro comienzan a ocasionar cierto grado de preocupación y rechazo entre miembros del gobierno estadounidense, como puede advertirse en la dura notificación de la diplomática en su cuenta de X y que fue replicado por la embajada de ese país en Colombia.
Hay que solicitarle mesura y sensatez al presidente. Existen canales diplomáticos para tratar ciertas cuestiones que no necesariamente son las redes sociales ni los discursos encendidos como él lo acostumbra, puesto que la Constitución Política de 1991, en su artículo 189 muy claramente señala que el presidente de la República es el jefe de Estado, jefe del Gobierno y suprema autoridad administrativa.
Con semejante investidura, lógicamente cada palabra, frase o adjetivo pronunciados por quien la ostenta genera consecuencias, impactos y reacciones en el ámbito internacional como lo acaban de advertir los colombianos desde los Estados Unidos. Es que lo que él diga no lo van a tomar en la Casa Blanca o en cualquier otra nación como un comentario personal de Petro sino como la posición oficial de Colombia, con toda la carga que eso significa.
Tras que ya hubo una criticada decisión suya de romper relaciones con el gobierno israelí que desde el campo económico equivale a un descalabro económico de 470 millones de dólares anuales por la suspensión de las exportaciones de carbón térmico, aparte de que muchas regiones colombianas sufrirán una importante merma en las regalías que perciben por ese mineral, al cerrarse dicho mercado.
Centrarse en su labor constitucional y bajarle intensidad a su pasatiempo de opinador sería la opción más sensata, porque si se mira al espejo notará el reflejo de los lastres que comienza a arrastrar tanto interna como externamente, y que indudablemente afectan al país, puesto que mientras aquí ocasiona fricciones polarizantes y estigmatizantes en la sociedad, afuera ya provoca inquietudes por sus maneras de manejar las relaciones exteriores.
Esperemos que este debate internacional sirva para que el presidente recapacite y admita que hay que pensar más antes de hablar o de escribir, porque en asuntos tan sensibles como la grave crisis en esa parte del mundo no se maneja por la diplomacia de los micrófonos ni de la red X, y en cambio sí puede llevar a generar efectos contrarios a los esperados.
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