

Crímenes de guerra son los que se desbordaron por las riberas del río Catatumbo cuyos pueblos que baña están viviendo otra vez una ola violenta solo comparable con la época en que paramilitares y guerrilleros lo convirtieron en un campo de batalla.
El mundo debe atender el S.O.S. emitido desde esta martirizada región de Norte de Santander con varios propósitos muy puntuales. La condena no tiene que ser únicamente discursiva y textual sino venir acompañada de acciones desde el Derechos Internacional Humanitario y la Justicia Penal Internacional, puesto que es necesario que se activen todas esas medidas contra los grupos armados ilegales que sumieron a la tierra catatumbera en este nuevo mar de violencia y muerte.
Masacrar a sangre fría a la familia del funerario que cumplía la labor humanitaria de ir a levantar los muertos de zonas de riesgo para los deudos o las autoridades, o que los violentos vayan casa a casa buscando a los firmantes de paz para asesinarlos, son hechos que no solo los debe repudiar el mundo sino producir hechos punitivos contra sus autores.
Es decir, que así el Eln o la disidencia de las Farc sigan en el proceso de paz, por los crímenes de guerra que se han cometido en esta oportunidad no tengan ningún beneficio y deban responder con severas condenas para sus miembros responsables y sus correspondientes jefes o cabecillas.
El palpable e irrefutable desplazamiento forzado que se evidencia, producto del terror ocasionado por la manera en que se está librando esta guerra, en donde ni siquiera se respetó la vida de un bebé de nueve meses, es otro episodio que debe quedar marcado como un asunto de insalvable aplicación de la justicia.
Esa clase de atrocidades, incluyendo el secuestro masivo, que degradan- el de por sí inhumano conflicto -tienen que ser consideradas como líneas rojas sobre las cuales no podrá haber ni perdón ni olvido por las mismas circunstancias en que se producen, al estar abiertos los canales de diálogo y negociación. Al principio recordábamos que una situación parecida ocurrió cuando llegaron los paramilitares, dato que se corrobora con la siguiente comparación expuesta por el ministro del Interior Juan Fernando Cristo: “una cruel paradoja de la historia que el Eln se parezca hoy en su bárbaro accionar a sus enemigos de hace más de 20 años, los paramilitares que arrasaron el Catatumbo”.
No hay motivos, entonces, para que el sangriento espectáculo que está ocurriendo vaya a saldarse con un comunicado y una enésima promesa de que en esta oportunidad sí hay voluntad de llegar a buscar la paz que reclaman los colombianos y nortesantandereanos.
Lo anterior significaría un grave error porque sobre este baño de sangre no puede venirse a intentar resucitar un debilitado y maltrecho proceso de ‘Paz Total’ que hasta el momento solo ha demostrado que los grupos armados se fortalecieron militar y territorialmente. La prueba está ahí, con un Catatumbo bajo fuego por parte de organizaciones que se disputan la coca y el dominio de la zona.
Además, sería una equivocación garrafal superarlo con una palmada en la espalda y una foto, porque políticamente y en materia de apoyo ciudadano al Gobierno nacional se le agotó prácticamente el margen de maniobra del proceso, porque quienes se han ido a sentar a negociar y dialogar con el Estado han terminado traicionando esa confianza.
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