La cinematográfica y sangrienta operación sicarial sucedida el sábado por la noche en Cúcuta, a la salida de un exclusivo colegio, fue una masacre que nos recuerda que estamos viviendo en una de las ciudades más violentas del mundo, en la que el imperio del mal está ganando la partida.
Si a lo anterior le añadimos que un menor de edad murió en el ataque y que dos niñas resultaron heridas mientras que en el barrio San Miguel en esa misma jornada nocturna los violentos lanzaron una granada contra una fiesta infantil, se advierte que los asesinos y sus criminales jefes violan el derecho a la vida de la niñez.
Y que los atacantes vayan armados de fusiles para perpetrar esta clase de ataques es la demostración que la ciudad está tomada por el bandas transnacionales del multicrimen, convirtiéndola en un campo de batalla.
Por lo tanto, la Policía, la Secretaría de Seguridad Ciudadana, la Alcaldía y demás autoridades tienen que entender que a esas poderosas bandas no las pueden combatir con simples alarmas comunitarias o con cuadrantes que poco se ven y cuya efectividad operativa ha quedado en entredicho al no detectar a los asesinos enfusilados.
Como eso no puede seguir así, aquí van algunas preguntas que inquietan a todos, empezando por aquella que dice: ¿dónde está la seguridad ciudadana? ¿Cómo entender que unos asesinos con armamento pesado estén sueltos por las calles de la ciudad andando tranquilos en un carro? ¿Cómo así que aquí cualquiera va con granadas o artefactos explosivos y nadie le dice nada? ¿Y dónde están la inteligencia policial y militar para anticipar estos casos y evitar que se ponga en riesgo la vida de inocentes?
Hay que reconocer que el complejo mundo criminal está desafiando a la institucionalidad en la más importante ciudad colombiana en la frontera colombiana y la ciudadanía sigue esperando que se aplique aquello que recomienda: a grandes males, grandes remedios.
Tampoco es con recompensas de última hora y medidas reactivas del momento como se lucha contra las peligrosas organizaciones delincuenciales que pretenden volverse dueñas y señoras de la capital de Norte de Santander.
En una ciudad donde confluyen el lavado de activos, el narcotráfico y otras economías ilegales es indispensable que las operaciones contra el crimen sean parte de un plan especial de gran envergadura con el apoyo del Gobierno Nacional.
A propósito, bueno es preguntarle al presidente Gustavo Petro ¿cómo le parece lo que está sucediendo en Cúcuta en su Colombia potencia mundial de la vida? Desde esta tribuna periodística lanzamos una alerta para que no dejen sola a la ciudad en la batalla desigual contra el poder mafioso y criminal y se tomen medidas extraordinarias por parte del Estado colombiano desde los puntos de vista de seguridad, inversión social y planes estratégicos para contrarrestar esta asfixiante e inaguantable violencia.
La ciudadanía está horrorizada por la sanguinaria forma de actuar de los criminales, atemorizada porque ya ningún lugar es seguro para las familias cucuteñas y asombrada porque aunque se hacen grandes anuncios oficiales para tratar de blindar a la Perla del Norte de la inseguridad y la violencia, la sucesión de acontecimientos nos muestran que la añorada seguridad está a años luz, o sea, que por un largo tiempo será inalcanzable.
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