La misa se empezó a celebrar, como era costumbre en el pueblo y en aquella época, a las once de la noche, para que a las doce en punto repicaran las campanas, se echaran al aire los cohetones y en tierra se les prendiera fuego a las recámaras, la banda municipal tocara el himno nacional, y el párroco, monseñor José Francisco Rodríguez, entonara el Gloria in excelsis Deo.
El perro negro vagabundo no había entrado al templo en todo el día, pero sí se le vio deambular calle arriba y calle abajo, detenerse frente a la casa de Ana Celia Rolón Clavijoy entrar al billar. Luego de que todo pasó comentaban que el can arrastraba una cadena que le colgaba del cuello, y que de vez en cuando aullaba lastimeramente. Sus ojos echaban chispas.
Casi todo el pueblo había asistido a la misa. Digo casi, porque Pedro Pérez Quintero, en el momento en que ocurría la Natividad de Jesús se encontraba doblado de la pea en un taburete, en casa de Ana Celia. El sobrino de Pedro, Lino Antonio Clavijo Pérez, era también de los inasistentes. Se había quedado atendiendo su salón de billar. Y con él había otros impenitentes que jugaban y bebían cerveza.
Terminada la ceremonia, los parroquianos que todavía no querían irse a sus hogares a manducarse los tamales, los buñuelos, la conserva, la natilla y la chicha, se quedaron en el atrio de la iglesia oyendo a la banda y gozando con los embistes de la vaca de candela traída de Ocaña y con las monerías de los disfrazados. No cesaban de brillar y reventar voladores, bengalas, martinicas, totes, buscaniguas y tumbarranchos. Y aún se oían gritos y risas de los que apostaban los aguinaldos.
En casa, pronto nos sentamos a la mesa, y los niños, ansiosos por descubrir qué nos había traído el Niño Dios, nos apresuramos por irnos a dormir. Era, al despertarnos al otro día, que podíamos ver el regalo que había debajo de la cama.
Serían quizás las dos de la mañana ya del 25 cuando Ramoncito Torrado, mi tío, golpeaba insistentemente a la puerta y llamaba a mi papá: “¡Leoncio, levántese, que hirieron a Lino!” Por supuesto que, todos nos levantamos y nos dirigimos a la casa del tío y al salón de billar contiguo. En dicho salón había sangre en el piso y en las paredes. Lino, hermano de mi padre, se hallaba herido en el brazo derecho de una estocada profunda, su esposa también fue apuñalada, aunque sin gravedad, y había cinco hombres de los que jugaban billar o estaban de mirones, también lesionados.
¿Qué había sucedido? Que Pedro Pérez, quien mantenía una enemistad con su sobrino Lino, en los delirios de la embriaguez se levantó del taburete y enloquecido, cuchilla en mano,corrió al billar y acometió a todos los concurrentes; al primero que hirió fue a su sobrino. Sin embargo, Lino, joven y fuerte, siempre aguerrido,con la mano izquierda sana tomó un taco de billar, persiguió al agresor y a palos logró desarmarlo.
El borracho endemoniado, tras la golpiza, saltó a la calle y, viendo a un costado un boquete de pared, por allí se despeñó al abismo.
La gente asegura que el perro que había seguido a Pedro Pérez desde temprano, se había lanzado detrás de él a la hondonada. ¿Sería el mismo diablo?
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