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Llegó la hora de reinventar la democracia
El autoritarismo propio de los mesías, es lo contrario de la práctica y el talante de la democracia; no buscan lograr acuerdos sino imponer su voluntad y, en el límite, su capricho.
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Domingo, 12 de Enero de 2025

Una mirada desprevenida de la circunstancia presente de la política, tanto nacional como mundial, y en general de la democracia, debe producirnos un desasosiego indefinible pues, si bien sus causas no son fácilmente identificables, sus efectos sí lo son, al impregnar de incertidumbre y de desasosiego el ambiente de la cotidianidad. El horizonte de vida se ha reducido al día a día, los sueños se marchitaron y con ellos los proyectos colectivos.

La crisis del sentido de la democracia es, a su vez, causa y efecto de otra crisis, la del sentido de la política y de los partidos. Crisis entrañablemente entrelazadas, que se retroalimentan. La política se redujo a un espacio vaciado de contenido y de propuestas, que no desaparece por ser parte de la vida, de la experiencia humana, pero que ha sido capturado por dirigentes endiosados que, imbuidos de un espíritu mesiánico y de ambiciones ilimitadas, actúan como amos del ciudadano raso, aprovechando el vacío producido por la crisis de democracia y partidos.

El autoritarismo propio de los mesías, es lo contrario de la práctica y el talante de la democracia; no buscan lograr acuerdos sino imponer su voluntad y, en el límite, su capricho. La democracia se fue estructurando al reconocer que la sociedad funciona y progresa a partir de acuerdos amplios, no de imposiciones o de acuerdos de cúpulas.

Los caudillos suelen ser vistosos, teatrales, mientras que la práctica democrática y sus líderes, suelen ser de bajo perfil; la medianía rodea la vida y los procedimientos democráticos basados en los acuerdos y no en la imposición de la voluntad o el capricho del caudillo o del pequeño grupo oligárquico, que controla el poder; y esto, aunque se revistan con ropajes democráticos.

El empobrecimiento de la democracia, la crisis de la política y de los partidos, como los hemos conocido, es fruto de procesos de la sociedad, de la vida moderna, de su masificación en buena medida consecuencia del aumento de la población que, desde mediados del siglo pasado, desborda las instituciones y procedimientos existentes; mientras tanto, la política y la democracia siguen operando en el viejo mundo.

El desbordamiento de la población borra fronteras e identidades, masificando y borrando diferencias que aíslan y no acercan, exacerbando un sentido de individualidad defensivo y no creativo. Es la pérdida del sentido de territorialidad, de manera fantasiosa se es “ciudadano del mundo”, sin raíces.

La familia, aún en su simple sentido biológico, pierde importancia, porque “me roba libertad”; el compañero empieza a ser el perro, un acompañante que no exige, que es servil ante el dueño; se busca para llenar el vacío de la soledad; el afecto se traslada del humano ausente, al fiel perro.

Ese camino no abre futuro, es simplemente escapista, pero señala los elementos que la sociedad y nosotros debemos recuperar y valorar, para devolverle a la vida, sentido y contenido Se necesita reconocer que la familia, los amigos, los intereses compartidos, la comunidad/el barrio, son los componentes y espacios de vida, concretos y definidos; que como seres sociales, necesitamos espacios de vida, de acción y de sueños, que permitan combinar e integrar los intereses y necesidades individuales, complementándolos con los colectivos, por la interacción e interfecundación, entre mi yo y mi circunstancia, que configuran mi totalidad, mi unidad ontológica como ser humano.

A partir de lo que somos y queremos/podemos ser, urge construir nuestro espacio y compromiso colectivo, que se da en el ámbito de lo público/político, alimentado por el sentido de la política, del compromiso político. Los nuevos partidos u organizaciones partidistas, han de nacer de esta nueva sociedad; concretos porque se alimentarán de las realidades concretas (“terrenales”) y de la presencia y acción de ciudadanos concretos en sus actividades y territorios.

Lo actual se fundió, se agotó, cumplió su tarea. No se trata de maquillar lo existente, sino de entender las nuevas posibilidades y exigencias de la sociedad, para adecuar la política, en su sentido amplio de ámbito de lo ciudadano como vivencia social, para trascender el espacio cerrado en que cayó, de satisfacción de intereses particulares de individuos o de pequeños grupos.


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