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La guerra como herencia del 2024
La guerra deshumaniza, reduciendo a las personas a máquinas de daño y destruyendo la pluralidad que constituye la esencia misma de lo humano.
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Domingo, 29 de Diciembre de 2024

El 2024 cierra con un mundo convulsionado por conflictos que se han intensificado en distintas regiones del planeta. La guerra en Ucrania, que ya ha cobrado la vida de 300.000 combatientes, más de 9,500 civiles, según la ONU, y ha desplazado a más de 14 millones de personas, reavivó tensiones geopolíticas entre la OTAN y Rusia, marcando un regreso a las dinámicas de confrontación propias de la Guerra Fría.

En paralelo, el pueblo palestino enfrenta un genocidio atroz. Según el informe de Amnistía Internacional, "Es como si fuéramos seres infrahumanos: El genocidio de Israel contra la población palestina de Gaza", las acciones del gobierno israelí en Gaza han impuesto unas condiciones de existencia que generaron una mezcla mortal de desnutrición, hambre y enfermedades, dejando a la población palestina expuesta a sufrir una muerte lenta y calculada.. Solo en 2024, más de 15,000 palestinos han muerto como resultado de bombardeos y bloqueos sistemáticos.

La amenaza militar de China sobre Taiwán ha aumentado las tensiones en el estrecho de Taiwán, en un próxima guerra que se cocina a fuego lento.

En Birmania, la junta militar que tomó el poder en 2021 ha llevado a cabo una represión brutal que ha dejado más de 3,000 muertos y 17,000 detenidos. Yemen, catalogado como la peor crisis humanitaria del mundo, enfrenta niveles extremos de hambre: más de 23 millones de personas necesitan asistencia humanitaria, y alrededor de 377,000 han muerto desde 2015, según datos de la ONU.

En Colombia, la vieja guerra fraticida persiste. Pese a la propuesta de “paz total” del presidente Gustavo Petro, más de 380 líderes sociales han sido asesinados en 2024, y los grupos armados continúan ejerciendo control territorial, profundizando la crisis de seguridad que afecta a gran parte del país.

Lo mas lamentable es que todas estas batallas responden a  intentos por consolidar modelos obsoletos. El fascismo, que paradójicamente encarna hoy el Estado de Israel, ya fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial. Los proyectos imperialistas de Rusia y China replican dinámicas de dominación que pertenecen a siglos pasados. Incluso en Colombia, la guerra insurgente perdió sentido con el fin de la Guerra Fría, y ya no tiene nada de revolucionaria.

La guerra es una estupidez. El mito fundacional de Occidente —la Guerra de Troya—  lo ejemplifica con claridad: un conflicto devastador, marcado por años de sangre y destrucción, desencadenado por el orgullo herido de un marido despechado y el deseo por una esposa infiel. Este relato épico refleja la irracionalidad que subyace en muchas guerras: luchas motivadas por egos o intereses fútiles, con consecuencias desproporcionadamente trágicas. La guerra deshumaniza, reduciendo a las personas a máquinas de daño y destruyendo la pluralidad que constituye la esencia misma de lo humano.

La historia también muestra que la guerra nunca resuelve nada de manera duradera. Por el contrario, multiplica los dolores, no solo propios, sino también de las generaciones futuras, que heredan una carga terrible.

Investigaciones en epigenética han demostrado que el trauma y el estrés dejan marcas en los genes, alterando su expresión y transmitiendo las heridas de una generación a otra. Así, las cicatrices de la guerra no solo son visibles, sino que se alojan en la biología y la memoria de quienes aún no comprenden su origen.

El 2024 nos deja esta herencia amarga de un modelo global que no sabe transformar el conflicto en diálogo ni la diferencia en riqueza. En un mundo que enfrenta crisis climáticas, desigualdades profundas y desafíos globales sin precedentes, insistir en la lógica de la guerra no es solo insensato, es suicida.


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