
Con ocasión de un artículo muy bien documentado sobre el Catatumbo, autoría de Adlai Stevenson Samper, vienen a mi mente otros trabajos, en la misma línea, de Jorge Meléndez Sánchez y Mario Javier Pacheco García, publicados hace algún tiempo y es lástima que no se publiquen en físico para su estudio y conservación. Stevenson Samper es un arquitecto, abogado, escritor, periodista e historiador barranquillero que conocí hace varias décadas en la entonces denominada “Puerta de Oro de Colombia”, que por estos días pasa vacaciones en un lugar eglógico de Ocaña, de donde es oriunda su señora esposa. Desde que llegó a la Villa de los Caro, a finales de diciembre, combinó la distracción con su familia política y la indagación del Catatumbo, para lo cual lo relacioné con personalidades versadas en el tema residentes en Ocaña.
El trabajo de Stevenson Samper, cuya primera entrega fue publicada el pasado sábado 4 de enero, se titula “Catatumbo: la riqueza en manos del caos y la ley del más fuerte”. y como subtítulo: “La paradoja del Catatumbo: donde la riqueza natural alimenta la corrupción y el abandono estatal”. No podemos, o no debemos decir que el Catatumbo es tierra de nadie, porque sí tiene “propietario” que es el Estado, que desde la institucionalidad no ejerce ninguna acción o no ejerce soberanía. Por ello, Stevenson, al relacionar parcialmente las riquezas del Catatumbo - petróleo, carbón, uranio, oro, entre otras. - afirma categóricamente que la región se ha convertido en un botín para multinacionales, guerrilleros y grupos paramilitares, mientras sus habitantes sobreviven bajo la ley del más fuerte. Acerca del río Catatumbo nos dice que conecta la región con el Lago de Maracaibo, en Venezuela, y arrastra toneladas de contaminación, derrames de petróleo, químicos de minería ilegal y residuos urbanos de una explotación sin escrúpulos que parece no tener fin.
La conclusión del autor es acertada: “El Catatumbo es un reflejo de las contradicciones de Colombia: una tierra rica que genera pobreza; un Estado que, en lugar de gobernar, abdica. Mientras la delincuencia dicte las reglas, el Catatumbo seguirá siendo una quimera de desarrollo y un ejemplo vivo del Estado fallido”. Disculpará el lector que hoy haya cedido el espacio al historiador barranquillero, pero es necesario volver sobre el tema, cuantas veces sea necesario porque nos interesa mucho, y para conocer visiones diferentes, aunque algunos de los tópicos son recurrentes porque pasan los años y todo sigue igual.
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En La Opinión del pasado viernes 3 de enero leo un titular que me llamo poderosamente la atención: “Villa de Caro celebró su historia con un desfile de autos antiguos”. Lo cierto es que tradicionalmente se ha dicho que Ocaña es la “Villa de los Caro”. En los últimos años esta frase se ha ido transformando en que Ocaña es la “Villa de Caro”, porque según ellos, los que la promueven, el único Caro que vivió en Ocaña, fue José Eusebio Caro. Nada más erróneo, porque, según José María Vergara y Vergara en su Historia de la literatura colombiana, los hijos de don Antonio José Caro y Nicolasa Ibáñez Arias fueron tres: Manuela, nacida en 1814; José Eusebio, en 1817, y Diego, en 1818. Diego nació en Bogotá y José Eusebio y Manuela nacieron en Ocaña. Entonces, es la Villa de los Caro.
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